Los partidos o candidatos disruptivos surgen por la frustración económica, la inseguridad ciudadana, o casos flagrantes de corrupción. Su causa nace de una mezcla de sentimientos como la bronca, la desesperanza, y la falta de horizonte, es decir de la insatisfacción cotidiana. En Perú la desesperanza le dio el triunfo a la izquierda de Pedro Castillo que terminó abruptamente su gobierno con un juicio político en su contra por intentar cerrar el Congreso. En Chile la bronca devino en la presidencia inesperada del joven Gabriel Boric que luego perdió abrumadoramente en dos plebiscitos consecutivos.
Los dos llegaron a la presidencia en minoría, Boric con 25% en primera vuelta y Castillo con el 19%. Con el ballotage consiguieron una mayoría transitoria, sujeta a la aprobación de la gestión que se iniciaba. En gran medida, ganaron por el rechazo a su contrincante, José Antonio Kast en Chile y Keiko Fujimori en Perú.
En poco tiempo la aprobación de la gestión de Boric y de Castillo se fueron a pique porque priorizaron la visión híper ideologizada de sus núcleos duros antes se consensuar medidas de gobierno que mostraran cierto horizonte al votante moderado que los acompañó en la segunda vuelta. Desestimaron el voto de centro para cruzar el río, y ahora el bote se hunde.
El péndulo que estamos viendo en Chile de izquierda a derecha lo maneja la ideología del enojo. Surge de los votantes independientes ajenos a posiciones partidarias y que no tienen vergüenza en cambiar de lista según el contexto en el que se vota. Esta nueva ideología es hija de la tiranía de la polarización que se sostiene en planes de gobierno mucho más voluntaristas que realistas, tanto por izquierda como por derecha. Así, el “voluntarismo octubrista” del gobierno de Boric terminó en la mejor elección de la derecha en décadas.
Ahora, el plan de Boric es “un programa en la media de lo posible” pero surge desde una posición mucho más débil e incierta. Este giro hacia “lo posible” probablemente haya llegado tarde para afrontar satisfactoriamente las elecciones distritales de 2024 y las presidenciales de 2025.
Ahora bien, si el péndulo del enojo sigue rebotando, solo se conseguirá el aumento de la crispación social y el surgimiento de nuevos líderes auto-convencidos de su iluminación salvadora.
Si Chile mira para este lado de la cordillera verá las consecuencias económicas, políticas y sociales de la polarización: quince años de estancamiento, riesgo de hiperinflación, aumento significativo de la pobreza, crisis en materia de seguridad ciudadana y emigración constante de jóvenes profesionales. Un conjunto de fracasos que impactan en lo más valioso de un país, su recurso humano.
La pregunta que hay que responder es si hay posibilidades reales de que el péndulo se detenga en lugar que lleve tranquilidad en el presente y optimismo con el futuro. Probablemente la clave está en los consensos que debieran alcanzar las coaliciones antes de llegar a gobernar, porque luego las medidas improvisadas entre la versión moderada y la versión polarizada dejan a los presidentes completamente desprotegidos y sometidos a los banquinazos: Gabriel Boric y Alberto Fernández son testigos privilegiados de esta situación.