Uno de los peores problemas que puede tener un gobierno es no tener un rumbo definido y esto ocurre cuando hay una crisis de identidad.
La alianza de Alberto Fernández, Cristina Fernández de Kirchner y Sergio Massa perdió la identidad, o tal vez nunca la tuvo. Por un lado, no puede satisfacer las demandas de la clase media, ya sea por nivel de consumo, capacidad de ahorro o por la incertidumbre para invertir. Y por otro lado, tiene serias dificultades para sostener las banderas progresistas que son el pilar fundamental de su dialéctica. El ajuste económico por alta inflación, por aumento de tarifas o por devaluación, está minando la confianza de los consumidores y de los votantes más fieles de esta alianza.
Entre el 2019 y el 2021 el gobierno perdió cerca del 45% de sus votos. El riesgo hacia 2023 es que siga perdiendo apoyo, sobre todo en segmentos sociales en los que se cree que son del Frente de Todos, “pase lo que pase”.
A la izquierda del gobierno está el Frente de los Trabajadores, el Polo Obrero y un grupo de movimientos sociales que tienen suficiente “margen ideológico” para marchar una vez por semana al Obelisco. Aún con debates internos, la izquierda viene en ascenso electoral. Pasó de 273.500 votos en las elecciones presidenciales de 2019 a 609.200 votos en las elecciones legislativas de octubre de 2021 en la provincia de Buenos Aires. Con el ajuste en marcha (con o sin el Fondo Monetario), no hay que sorprenderse si el FIT y otras representaciones de izquierda siguen sumando votos en los próximos años donde más le preocupa al gobierno, el conurbano bonaerense. En La Matanza, la izquierda pasó de 22.000 votos en las elecciones a presidente en 2019 a 64.000 en las elecciones legislativas de 2021. Crece acosta de la versión más progresista del Frente de Todos, es decir del cristinismo.
El costo político de la improvisación económica
Asumir la responsabilidad de gobernar con una identidad fragmentada implica decirle a cada uno lo que quiere escuchar aunque nada de lo que se diga sea verosímil. Más tarde o más temprano la improvisación económica impacta en lo político, y luego en los niveles de credibilidad. Esto ocurrió en el gobierno de Cambiemos de centro derecha y está pasando en el gobierno del Frente de Todos, de centro izquierda. No importa si los argumentos vienen por el lado de la “competencia y la meritocracia” o por el lado de la “igualdad y distribución”, en ambos casos improvisar en el plano económico tiene costos políticos muy altos.